Cuenta la leyenda, que en una ocasión Juan de Palafox, Virrey de la Nueva España y Arzobispo de Puebla, visitó su diócesis, y como era una persona muy importante. Todos los pobladores querían darle un buen recibimiento, pero un poblador le ofreció un banquete para el cual los cocineros de la comunidad religiosa se esmeraron especialmente.
El cocinero encargado de realizar los platillos principales fue fray Pascual, quien era un hombre muy seguro de sus aptitudes y era la persona idónea para tal evento trascendente, sin embargo, fray Pascual ese día se puso demasiado nervioso al ver la importancia que tenía la realización de los platos principales y que tipo de impresión se iba a llevar el Virrey del pueblo, ante tal responsabilidad, fray Pascual llenaba de gritos a sus ayudantes para que hagan bien las cosas y no dejen en desorden la cocina.
El cocinero encargado de realizar los platillos principales fue fray Pascual, quien era un hombre muy seguro de sus aptitudes y era la persona idónea para tal evento trascendente, sin embargo, fray Pascual ese día se puso demasiado nervioso al ver la importancia que tenía la realización de los platos principales y que tipo de impresión se iba a llevar el Virrey del pueblo, ante tal responsabilidad, fray Pascual llenaba de gritos a sus ayudantes para que hagan bien las cosas y no dejen en desorden la cocina.
El mismo, comenzó a ordenar los ingredientes sobrantes para guardarlos en la despensa, tanto fue su nerviosismo y su desesperación que terminó tropezando y vertiendo todos esos ingredientes en la olla donde se preparaba los suculentos alimentos para la bienvenida del Virrey.
Allí fueron a parar los chiles, trozos de chocolate y las más variadas especias, echando a perder la comida que se debía de ofrecer. Fue tanta la angustia de fray Pascual, que éste comenzó a orar con toda su fe, justamente cuando le avisaban que los comensales estaban sentados a la mesa.
Un rato más tarde, él mismo no pudo creer cuando todo el mundo elogió el accidentado platillo. Incluso hoy, en los pequeños pueblos, las amas de casa apuradas invocan la ayuda del fraile con el siguiente verso: "San Pascual Bailón, atiza mi fogón".
Un rato más tarde, él mismo no pudo creer cuando todo el mundo elogió el accidentado platillo. Incluso hoy, en los pequeños pueblos, las amas de casa apuradas invocan la ayuda del fraile con el siguiente verso: "San Pascual Bailón, atiza mi fogón".
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