Cuenta la leyenda que en un pueblo de Maué, había una pareja que tenía un hijo, muy feliz y saludable. Él era muy querido por todos en su aldea, lo que dio lugar a la creencia de que en el futuro, sería un gran jefe guerrero.
Pero el dios Jurupari, sentía mucha envidia del joven, así que decidió matarlo. Un día Jurupari se convirtió en una enorme serpiente, y mientras el pequeño niño indio estaba distraído recogiendo bayas en el bosque, la serpiente lo atacó y lo mató.
Los padres del niño, esperaron que su hijo vuelva a casa, pero esto nunca sucedió. Llegó la noche y la luna comenzó a brillar en el cielo, pero el niño no llegaba, los desesperados padres pidieron el apoyo de toda la tribu para ir a buscar al niño.
Después de tanto buscarlo, lo encontraron muerto en el bosque, y en ese momento, una gran tristeza vino a la tribu. En este momento una gran tormenta cayó sobre el bosque y el relámpago estuvo muy cerca de tocar el cuerpo del niño. En ese instante la madre dijo: Es Tupa, quien nos compadece, vamos a enterrar a los ojos de mi hijo. Y así se hizo. Los indios plantaron los ojos del pequeño niño indio de inmediato, ya que era el deseo de Tupa, el rey de los truenos.
Los días pasaron y en su lugar nació una pequeña planta que los indios aún no lo conocían. Fue el guaraná. Es por eso que los frutos de las semillas de guaraná, están rodeadas por un negro y blanco, muy similar al ojo humano.